La reforma de Teresa: un camino de formación para reaprender a vivir la vocación carmelitana
Una identidad en formación
La reflexión sobre la formación y la reflexión sobre la identidad no pueden separarse. La identidad carismática, en efecto, existe solo como identidad-en-formación, o sea, en un proceso de identificación personal y comunitario, y la formación existe solo en función de una identidad que hay que reconocer y desarrollar.
La reforma teresiana como camino de formación
La reforma de Teresa ha sido, sobre todo un camino de formación para reaprender a vivir la vocación carmelitana sobre la base de una nueva experiencia de unión con Dios. Sus escritos, particularmente el “Camino de Perfección”, nacen como instrumentos de formación a un determinado modo de vivir la relación con Dios, con uno mismo y con los compañeros de camino. Análogamente, también el retorno a las fuentes del carisma auspiciado por el Concilio Vaticano II debería ser realizado con vistas a una re-forma, para re-aprender a vivir la vida religiosa tal como Teresa de Jesús y Juan de la Cruz nos la han enseñado. En efecto, debemos reconocer que, a pesar del camino que la Orden ha recorrido a partir del Concilio —sobre todo por lo que respecta a la reflexión teórica—, seguimos aún en busca de una forma de vida que sea plenamente fiel a las intuiciones originarias de Teresa y adecuada a los tiempos y los lugares en que vivimos.
La formación integral
La respuesta a la llamada introduce en una experiencia de vida que tiene unas características específicas y que ha sido desarrollada, vivida y transmitida ya por otras personas que forman la familia religiosa del Carmelo Teresiano. Para quien ha sido llamado a ella se abre un camino de asimilación y de maduración humana, evangélica, espiritual, intelectual. De este empeño depende el futuro de la propia vocación y cada uno, al responder a la llamada, asume personalmente la responsabilidad de trabajar en la propia formación.
La comunidad como ámbito de formación
Una buena formación no podrá ser jamás la tarea de una sola persona, sino de una comunidad cohesionada con un estilo de fraternidad específico, comprometida en el “desengañarse unos a otros” (V 16,7). La identidad concreta de un grupo se reconoce precisamente en la calidad de su obra colectiva de formación de ellos mismos, así como de los nuevos miembros. Vivir en comunidad día a día nos “forma”, o sea, nos acostumbra a pensar, a juzgar y a obrar en un modo y no en otro.
Toda comunidad es formativa
La formación no debe limitarse solo a las casas de formación inicial. Todas nuestras comunidades están llamadas a ser estructuras formativas, capaces de estimular y acompañar el desarrollo de las personas y de darles una identidad nueva. Cada comunidad ha de ser una realidad que haga crecer y madurar a las personas, las haga más orantes y fraternas, más amigas de Dios y más solícitas del bien de su pueblo. Ciertamente, no existen comunidades ideales o perfectas, sino que una comunidad religiosa existe como tal en cuanto está en búsqueda y en camino hacia la plenitud de su vocación carmelitana. Si perdiera de vista esta meta, se transformaría inevitablemente en algo distinto.
Siempre en formación
Se trata por tanto de saberse habitados por una identidad dinámica, que crece y se desarrolla. Una vez asumida, es custodiada y actualizada continuamente, también como respuesta a los cambios del contexto en el cual se vive y a los signos de los tiempos. La vida entera del carmelita se convierte en un camino sin pausas, sabiendo que cuando no se avanza, se está parado, y que quien no crece, disminuye. Sobre todo, estamos invitados a vivir en una actitud constante de disponibilidad a aprender y a crecer, con una verdadera docibilitas, que nos abra a una actualización permanente. Esto vale para cada persona, para cada comunidad y para toda la Orden. En este proceso de formación resulta fundamental la integración progresiva de los votos en la propia vivencia religiosa carmelitana. Los votos no son un estado de vida adquirido y estático, sino valores que hay que asimilar y cultivar día tras día. De esta forma, la experiencia vivida de los votos contribuye de forma decisiva al proceso de formación permanente.
La preparación intelectual
Además de la experiencia de Dios en la oración, una dimensión fundamental de la formación, de la que Teresa era muy consciente, es el estudio serio y profundo de la teología y de la espiritualidad, como también de las ciencias humanas que nos ayudan a conocernos mejor a nosotros mismos y al mundo en que vivimos. Para estar en condiciones de ofrecer un servicio cualificado a la Iglesia y a la humanidad, ninguno de nosotros puede prescindir de una preparación seria y siempre actualizada. La Orden en su conjunto tiene necesidad de intensificar la investigación y el estudio, en particular sobre nuestros santos, en diálogo con el pensamiento contemporáneo. Solo de este modo podremos seguir presentando de forma significativa la riqueza de la espiritualidad del Carmelo Teresiano. Será útil, en este sentido, potenciar los centros académicos y las publicaciones, y promover los estudios de especialización.